MIERDA DE GUANTES
(Relato: Óscar Fernández Camporro. Ilustración: Rafael Estrada)
¡Menuda mierda de guantes!… Tengo que comprarme otros, necesito unos muy gruesos, duros, unos que me protejan los nudillos. Estos están hechos una mierda.
Le golpeo en la boca otra vez.
Me estoy haciendo daño, este tipo tiene la cara muy dura. Estoy sangrando… Me acabo de cortar con un diente…. ¡Joder, con un diente!… Estoy perdiendo facultades… Y no me extraña, hace diez años que no hago esto: los diez que me he pasado en la cárcel. Yo quería cambiar, cuando saliera…, quería reinsertarme en la sociedad. Así lo llaman los gilipollas esos de la condicional. Eso quería, sí…, pero ¡qué hostias sabrán ellos sobre cómo puede ganarse la vida en Bilbao un hombre como yo!… Nada, coño, ¿qué van a saber?… No tienen ni puta idea; solo se preocupan por sus trajecitos cuando van al museo ese de hojalata. Si se hubieran criado en las calles de Rekalde o de Otxarkoaga… ¡Ya me gustaría a mí verlos por San Francisco con esos trajecitos y sus relojes!
Ahora le pego con la izquierda. En la sien.
Estos guantes… Sí, son los de siempre, les tengo bastante cariño, pero ya no me sirven. Mis nudillos…, el cráneo de este tipo me los está despellejando. Salí de prisión hace dos días. He estado buscando trabajo en los locales de siempre. Pero todo ha cambiado… Nada, no tienen nada para mí. ¡Claro, después de diez años en la trena!…Yo también tengo que cambiar. Pero allí, en la cárcel, mi compañero de celda me contó su historia… ¡Y vaya mierda de historia! Pilló a su mujer con ese tipo en su propio dormitorio. Y, en vez de darle dos hostias al amante, le pegó dos tiros a ella. Por eso está aquí, porque le pillaron. ¡Menudo idiota!… Era un hombre normal, con su trabajo y su familia. Y lo tiró todo por la borda… La gente no sabe apreciar lo que tiene. Me lo contó más de cien veces en nuestra celda. Y me dio pena… ¡Joder, menudo idiota estoy hecho yo también!
Vuelvo a pegarle. En la ceja. Ya no se mueve.
No puedo olvidar la historia de mi compañero… Allí encerrados en esa celda, no paraba de repetirme lo mismo: que le ajustara las cuentas al amante de su mujer… Y aquí estoy… machacando a este tipo con esta mierda de guantes… ¡Joder, joder, joder!… Esa historia me recuerda a la mía… ¿Cuánto ha pasado ya?… Once años, sí…, ¡once años!
Le zurro de nuevo. El último puñetazo… ¡Joder…, qué cara tan dura!
Mañana mismo… Sin falta… Mañana iré a comprarme unos guantes nuevos.
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